Las gastronetas, fenómeno reciente de toda la vida

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Cada vez hay más gastronetas y más leyendas sobre su origen. Decía Figueras Pacheco que “la primera explicación que da el hombre a cuanto le rodea suele tener todos los caracteres de lo mítico”. Leyendas aparte, el fenómeno encarna una nueva forma de ocio, vinculada a la cultura foodie y a la socialmediática.

Los amantes de las contarallas hablan de los primeros carritos de hot dogs en una playa norteamericana de la segunda mitad del siglo XIX —idea de un carnicero alemán llamado Charles Feltman— e incluso del texano Charles Goodnight, que, en torno a 1860, habilitó una cocina en una carreta para ofrecerles comida a los vaqueros durante sus largas temporadas a la intemperie, acompañando a las reses de un lugar a otro como en las películas del Oeste. Puestos a buscar explicaciones míticas, el fenómeno de las “gastronetas” —palabra que algunos recomiendan como adaptación de “food trucks” al español— forma parte de otro más amplio que es el de la comida callejera: un puesto de castañas, por ejemplo. Ahí sí que nos perdemos en la noche de los tiempos, como ponen de manifiesto la literatura y la arqueología.

Pero el fenómeno de las gastronetas o los food trucks, aquí y ahora, tiene un par de años, palmo arriba, palmo abajo. Porque no estamos hablando de una churrería ambulante ni de nada parecido, sino de una nueva forma de ocio gastronómico. Las gastronetas de hoy suelen ofrecer comida de calidad y muchas veces tienen al frente a un cocinero sobradamente cualificado, que con frecuencia tematiza su oferta en torno a cosas como los productos de cercanías o las especialidades exóticas. El boom de la gastronomía o la crisis económica —y el consecuente overbooking de jóvenes cocineros preparados e inquietos que cada año salen de las escuelas de hostelería— han abonado el terreno para una forma de restauración que requiere una inversión más o menos asequible, que por tanto puede llegar a un público amplio por la competitividad de sus precios y que propicia el espectáculo gastronómico o la proximidad con el chef, tanto como la informalidad o la creatividad y otros rasgos propios de la cultura foodie. Además, las gastronetas se avienen con el selfie y el tuit, y las propias redes sociales hacen que sea posible seguirles en su trashumancia.

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